lunes, 12 de marzo de 2012

Paréntesis con nombres propios.

Nos propusieron un juego que implicaba en un principio correr riesgos, posiblemente innecesarios. De primeras se aceptan los términos de ese contrato que nos enseñan ya redactado, nos lanzamos a rubricar aquel trozo de papel sin pensar en las consecuencias, que todos las tienen. La falsa valentía toma el bastión de tu decisión, disfrutando los segundos sin pensar en el precio que deberás pagar. La comodidad, si llega, es bien recibida, acostumbrándonos a situaciones que son cortinas de humo, pero vivimos como reales, como sinceras. Nos engañamos estableciendo premisas incorrectas, a sabiendas en el fondo de que lo son. Disfrutamos las migajas de realidad ficticia que nos permitimos vivir en color. 

El temporizador llega al minuto de descuento, que rara vez es un simple minuto. Entramos en la fase en la que observamos lo que se escondía tras aquellas premisas, tras la letra pequeña de aquella hoja que lleva impresa nuestra firma perfectamente legible. Ahora la realidad es esta, y lo anterior se transforma en algo virtual, ausente de esencia. Es el instante eterno, en el que paso a paso cambias en tu cabeza el color por el sepia de esas imágenes. Cuando consigues establecer la falta de rojos y verdes, comienzas a puntuar lo ocurrido y a sus protagonistas. 

De pronto hay puntos finales donde creías iba a haber una bonita historia. Puntos y a parte donde creías haber cerrado la historia. Y sobre todo muchos paréntesis que se rellenan con nombres propios.

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