No podía imaginarse un momento importante o mágico sin que
hubiera agua cerca. Quizás ella buscaba inconscientemente que este elemento
estuviera en su vida, o quizás era simple coincidencia…Lo único que sabía es
que cuando necesitaba pensar, relajarse o sentirse especial desde su auténtica
normalidad, siempre acababa rodeada de agua. Hacía demasiado que no veía el
mar, y eso de vez en cuando la provocaba un sentimiento melancólico que
intentaba envenenar su sangre, sin conseguirlo.
Recordó la última vez que estuvo en una playa, no pudo
sentir la arena. Pasó junto a ella, la pisó calzada, pero no pudo sentirla
entre los dedos de sus pies. Se alegra de que pasara aquello, porque ahora sabe
que nunca más dejara que un momento así se pierda, no dejara pasar la
oportunidad de sentir eso que tanto la gusta. Ella ya no consiente la pérdida
de situaciones, aprende de las perdidas pasadas dándose cuenta de que todo
sirve para algo.
Cierra los ojos, y se transporta a un tiempo pasado, en el
que si se sentó sobre la arena. Puede sentir perfectamente el frío de la arena,
puede oir nítidamente el sonido del mar, puede ver con perfecta definición las
siluetas de las olas. La marea embravecida golpea contra las rocas mientras
ella sólo siente que siente. Y eso no es poco!. Se supone que todos sentimos,
pero en ocasiones hay personas que dejan de hacerlo…Y cuando recuperan ese
momento mágico a pesar de no serlo, su respiración se ralentiza, su cuerpo se
relaja, y sus constantes vitales se transforman en constantes.
La marea acaba sacando del mar todo lo que no le pertenece.
Se encarga de limpiarse a sí mismo, escupiendo lo extraño a la orilla.