martes, 5 de junio de 2012

Necesitaba volar.

La ventana seguía alli, mostrándole el mundo con una dosis ficticia de seguridad. Sus paseos como cada mañana se encaminaban a encontrarse con esas cortinas que había que correr para poder observar su rutina de imagenes nunca iguales. En ese momento no veía el exterior en blanco y negro, pero el sepia le acercaba cada vez más a ese modo de ver el mundo en el que ella se sentía tan sumamente cómoda y satisfecha.
Si miraba atrás, a esas paredes llenas de fotografías veía gente que eran parte fundamental de lo que ella era, casi todos lo seguían siendo y unos pocos pasaron a ser ausencias. Ausencias, palabra que normalmente conlleva una connotacion totalmente negativa, pero que para ella no lo era. Tanto quienes seguían ahí como quienes dejaron de estarlo habían contribuido a sesgar aquel yo antiguo que tanto sentía y que tan poco aprendía. Participaron en construir pequeñas murallas con una sonrisa, con un abrazo, con un beso o un reproche... Todo, todo ayuda a ser lo que somos.
Recibió una pregunta de un ser curioso, una pregunta que nunca había recibido: "Te sientes satisfecha de lo que eres? "...Volvió a mirar por la ventana sabiendo que a sus espaldas esas fotografías miraban hacia donde ella se encontraba. Respondió con rotundidad: "me siento satisfecha de ser una persona imperfecta que comete errores y tiene quien valora sus pocas virtudes por encima de sus defectos".
Su interlocutor se desvaneció mientras ella en silencio no podía dejar de mirar a través de aquellos cristales que dejaban pasar la calidez que el sol le regalaba.
Comenzó a hacer la maleta, metiendo en ella sólo lo imprescindible para acercarse a las nubes durante unos días buscando el lugar más alto que ella conocía para poder retomar el vuelo.
Volvía a tener sus alas blancas, con pequeñas calvas... Esas de las que los ángeles se reían porque parecían débiles, con plumaje insuficiente, esas que para los demás no soportarían su peso.
LLegó a aquel lugar en el que su única compañera era una torre sobre la que apoyar la espalda mientras permanecía sentada. Ese sitio que le acercaba al cielo el máximo posible, y desde dónde tenía comprobado que esas alas eran capaces no sólo de emprender el vuelo, sino de mantenerla en el aire cuánto ella quisiera.
Necesitaba volar para valorar pisar el suelo más adelante. Sin exigencias, sin malestar, sin nada que no proviniera de su propia psique.

El día que aprendió a ver la vida en blanco y negro, ese día supo lo que era tocar las nubes sin necesidad de que nadie sujetara escaleras que nunca le acercarían lo suficiente. 

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