Había aprendido que las grandes historias comienzan con un
“erase una vez” que daba entradilla a páginas preliminares, preparando el
camino a aquellas en las que el lector se engancharía sin poder evitarlo…
Páginas que desvelan, por el ansia de devorar cada palabra para saber cuál será
el siguiente paso, el siguiente escalón de acontecimientos. Pero también había
aprendido que toda buena historia con tapas de piel, por muchas hojas que
tuviera el desarrollo, por muchas partes encuadernadas por separado que
tuviera, tenía un final… Un desenlace más o menos abierto pero concreto que
cerraba la continuidad del relato para un lector que necesita zanjar las
imágenes que le provoca esa lectura en su cabeza.
Ella, con los años, había ido definiendo parte de sus trazos,
de los propios, de los que forman el “YO”, a pesar de que muchos matices de su
propia descripción se le escapaban totalmente…Por ello siempre debe haber un
narrador.
Los libros ya escritos, y un narrador exigente le habían
regalado retales característicos que tuvo que descubrir a medida de llenar
aquella estantería, donde por ahora, sus libros se llenaban de polvo ,eso si,
sin pasar desapercibidos.
Era una persona que se alimentaba de situaciones, de
capítulos más o menos intrascendentes pero que le aportaban ese algo que solo
aporta la continuidad por lenta que sea dentro del núcleo de un cuento. Las
palabras “sonoras” le parecían un buen encabezado, un complemento perfecto de
hechos… Pero en su hemeroteca ya había clasificado capítulos de otros escritos
en los que los hechos nunca llegaron y desgastaron palabras que en páginas
anteriores le habían supuesto una sonrisa al dormir… Y tenía claras pocas
cosas, pero que no quería repeticiones al respecto era una.
Normalmente era una persona impaciente, que cuando deseaba
algo lo quería en ese momento y cuando no era así su interés volaba hasta capas
altas en las que se congelaba.
En el tomo que estaba escribiendo, esa premisa cambió. Le
apetecía leer poco a poco, escalar páginas sin prisas, paso a paso. Pero sin
pausas argumentales, sin giros extraños que rompían la continuidad del
narrador… En eso no había cambiado! No le interesaban capítulos estancados,
descripciones eternas por rellenar, que hacían que no hubiera incertidumbre en
el lector.
Para seguir de pie dentro de aquellas páginas necesitaba
algo tan básico como detalles mínimos, pequeñas porciones de ruptura de la
rutina absurda de “todos los días lo mismo”, de ver que se cambia la hoja
caduca del calendario y las palabras siguen siendo eso, tan solo palabras que
se recogen manuscritas sin sentido, sin mayor finalidad que crear precedentes
que nos empujan al fin, a la eliminación de cien páginas, para tener prisa en
poner el esas tres letras que zanjan en la última.
A ella le costaba demasiado escribir sin ilusión, sin creer
en lo que su pluma relataba..
La tinta que necesitaba era tan fácil de conseguir, que si
no era capaz de tenerla, cambiaba de marca para poder abrir un cuaderno en
blanco y comenzar un “erase una vez” con ganas.
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