miércoles, 12 de marzo de 2014

"Erase una vez".Comencemos.

Había aprendido que las grandes historias comienzan con un “erase una vez” que daba entradilla a páginas preliminares, preparando el camino a aquellas en las que el lector se engancharía sin poder evitarlo… Páginas que desvelan, por el ansia de devorar cada palabra para saber cuál será el siguiente paso, el siguiente escalón de acontecimientos. Pero también había aprendido que toda buena historia con tapas de piel, por muchas hojas que tuviera el desarrollo, por muchas partes encuadernadas por separado que tuviera, tenía un final… Un desenlace más o menos abierto pero concreto que cerraba la continuidad del relato para un lector que necesita zanjar las imágenes que le provoca esa lectura en su cabeza.

Ella, con los años, había ido definiendo parte de sus trazos, de los propios, de los que forman el “YO”, a pesar de que muchos matices de su propia descripción se le escapaban totalmente…Por ello siempre debe haber un narrador.
Los libros ya escritos, y un narrador exigente le habían regalado retales característicos que tuvo que descubrir a medida de llenar aquella estantería, donde por ahora, sus libros se llenaban de polvo ,eso si, sin pasar desapercibidos.
Era una persona que se alimentaba de situaciones, de capítulos más o menos intrascendentes pero que le aportaban ese algo que solo aporta la continuidad por lenta que sea dentro del núcleo de un cuento. Las palabras “sonoras” le parecían un buen encabezado, un complemento perfecto de hechos… Pero en su hemeroteca ya había clasificado capítulos de otros escritos en los que los hechos nunca llegaron y desgastaron palabras que en páginas anteriores le habían supuesto una sonrisa al dormir… Y tenía claras pocas cosas, pero que no quería repeticiones al respecto era una.
Normalmente era una persona impaciente, que cuando deseaba algo lo quería en ese momento y cuando no era así su interés volaba hasta capas altas en las que se congelaba.

En el tomo que estaba escribiendo, esa premisa cambió. Le apetecía leer poco a poco, escalar páginas sin prisas, paso a paso. Pero sin pausas argumentales, sin giros extraños que rompían la continuidad del narrador… En eso no había cambiado! No le interesaban capítulos estancados, descripciones eternas por rellenar, que hacían que no hubiera incertidumbre en el lector.
Para seguir de pie dentro de aquellas páginas necesitaba algo tan básico como detalles mínimos, pequeñas porciones de ruptura de la rutina absurda de “todos los días lo mismo”, de ver que se cambia la hoja caduca del calendario y las palabras siguen siendo eso, tan solo palabras que se recogen manuscritas sin sentido, sin mayor finalidad que crear precedentes que nos empujan al fin, a la eliminación de cien páginas, para tener prisa en poner el esas tres letras que zanjan en la última.

A ella le costaba demasiado escribir sin ilusión, sin creer en lo que su pluma relataba..
La tinta que necesitaba era tan fácil de conseguir, que si no era capaz de tenerla, cambiaba de marca para poder abrir un cuaderno en blanco y comenzar un “erase una vez” con ganas.






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