sábado, 19 de mayo de 2012

Manos arrugadas.

Sus manos arrugadas permanecían inmóviles, a expensas de que las de ella se dejasen encontrar. Sus miradas, que proyectaba mil historias pasadas se cruzaban con gran facilidad. Continuaban hablando mientras sus nietos revoloteaban a su alrededor jugando sin alejarse lo suficiente. Después de una vida entera, seguían teniendo esa complicidad que es tan dificil de encontrar. Se reían, arrugando sus caras, demostrando al público en cada una de ellas el haber vivido plenamente. Ella, a pesar de tener los dedos de lo que era, una anciana con artrosis, jugueteaba con su corta melena mientras él, con un gesto ilógicamente vergonzoso le decía lo guapa que se veía esa mañana.
Cuando hubieron terminado sus inocentes mostos, les pusieron las chaquetas a esos niños que no eran capaces de parar quietos ni por un segundo. La voz grave de aquel anciano, se escuchaba en todo el bar mientras bromeaba con su dulce compañera.
Él se acercó a ella, ayudándole a ponerse la chaqueta, con una delicadeza que sólo puede tener quien te ama.
Cuando acabó de abrocharle uno a uno los botones, ante la tierna mirada de ella, le dió un beso en la mejilla y provocó que sus manos se unieran con decisión.

Salieron de bar como una pareja de recien enamorados, entre miradas tiernas, palabras dulces y una complicidad de esas que mucha gente nunca llega a encontrar por mucho que la busque.

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