( Un texto que escribí hace tiempo y que hoy me ha encantado releer.)
Un brazo se asomó por
su hombro, apoyando la mano en su pecho. Aquel trozo de vidrio se había llenado
de sus lágrimas, pero ahora veía la botella medio vacía, porque esos dedos
protegían sus latidos. Continuaba respirando profundamente sin darse la vuelta…
Cerró los ojos, como siempre que se sentía verdaderamente cómodo. Su mano se
dirigió hacia el encuentro de quien se apoyaba en él. Sintió su tacto, suave
tacto, mientras no podía más que acariciar cada milímetro de esa piel que
compartía el momento. Las penas, aquellas puñaladas desgarradoras, se sentían
mas lejanas, menos presentes, cuando se fundían en uno sólo. El tiempo pasó en
silencio, rápidamente. Abrió los ojos tras un suspiro eterno, de esos de “fin
de una buena historia”. Su mirada no buscó, pero si se encontró de nuevo con
aquel vidrio verde que albergaba sus lagrimas. Se sorprendió al ver que el
nivel del líquido había bajado, que parte del contenido se había evaporado mientras
sentía piel con piel. Alejó su mano, se dio la vuelta, miró a aquellos ojos que
le habían acompañado y mientras sonreía la abrazó durante otras diez mil vueltas
de las agujas del reloj.
La magia del tacto, lo especial de esa fusión...Nada más es necesario, ni siquiera entenderlo.
La magia del tacto, lo especial de esa fusión...Nada más es necesario, ni siquiera entenderlo.
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