Mil marcas sobre la piel que recordaban el paso del
tiempo.Cosas vividas que habían ido dejando pequeños surcos, otras otorgadas en
nacimiento como marca de identidad. Cada pliegue, cada peca, todo era propio,
todo era único. Lunares que dibujaban
una constelación sobre su cuerpo. Algunos tenían más protagonismo que otros.
Sobre su hombro, su marca por definición. Le encantaba mirar aquel lunar, que
le recordaba la primera vez en la que su corazón sintió más allá de lo
estipulado.
Todo deja huella de un modo u otro. Huellas que el tiempo en
vez de borrar, acentúa para nuestro recuerdo. Somos un mapa sobre el cual se
van marcando las cruces de los lugares en los que hemos estado, de las personas
que nos han acompañado.
Somos prueba latiente de que hemos vivido, de que hemos
sentido. Nadie puede arrebatar la realidad a quien ha sabido disfrutarla. Y a
pesar de que su corazón seguía congelado, de que sus labios continuaban sellados,
le encantaba reconocer que en otra época no fue así. Le encantaba recordar que
en otro tiempo fue de un modo en el que hoy no podría ser. La gustaba el cambio
que se había producido en ella, pero sin olvidar la esencia de lo que en el
pasado fue.
Las montañas rusas ya no eran parte de su rutina diaria. La
constancia se había instalado en su mundo bipolar aportándole los detalles que
necesitaba para bombear rítmicamente. Sonrisa tras sonrisa. Mirada tras mirada.
Detalle tras detalle.
Que divertido era dormir sin soñar. Que placentero era no
decepcionarse por nada. No esperar, sino encontrar.
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