lunes, 10 de octubre de 2011

n!


Había vuelto a ver el sol brillar con toda su fuerza mientras de camino a casa charlaba con una de las personas más importantes de su vida, su gran amiga.  Compartieron surrealismos, como piezas de un puzle que necesita de unas cuantas para poder ver la imagen que esconde. Desayunaron en la cafetería en la que, mil y una historias se habían contado en un pasado lejano, en una edad de inexperiencia vital en la que sentían que se comían el mundo sin saber ni tan siquiera a qué sabía el primer bocado. Muchos intentaban conseguir que su sonrisa fuera compartida, intentaban hacer que su mirada se clavase durante más de un minuto sobre ellos, pero no resultaba.Ella era demasiado feliz jugando a un juego en el que se sentía plenamente cómoda. Su sonrisa, sus ojos, eran suyos aunque en ocasiones los compartiese, no se planteaba dejar que permanecieran más de dos suspiros en el mismo lugar.
Ya no consentía que un eclipse trajera consigo pánico. Por mucho que la tierra temblase, ella seguía tocándola con los dedos de sus pies. El olor a azufre no le era molesto, tan sólo continuaba mientras su alrededor mutaba una y otra vez sin parar…Pero a ella le daba igual, porque su felicidad tan sólo dependía de si misma. Su escepticismo era, como todo en ella, bipolar siendo una pieza importante del juego.
Había dejado de vivir vidas ajenas para centrarse tan sólo en la propia. Ya no observaba lo que ocurría en otros tableros, el suyo era el único que llamaba su atención. Su mirada no se desviaba más allá de lo necesario para seguir engordando su libro de vida.
A cada anochecer le acompañaba una tirada de dados, de unos dados con un millón de combinaciones posibles (n! ). Ninguna luna era igual que la anterior. Ninguna combinación se repetía por el momento, y eso incrementaba su satisfacción.
Una vez más tiró los dados, y consiguió sin tener que hacer nada, vivir tres noches para el recuerdo. De aquellas que ,cuando ella sea una anciana, serán en parte responsables de la sonrisa que la provocará al recordar esta época.
La guinda la pone un amigo sin sentido, una persona con la que a ella le encantaba hablar. De esos pocos seres que no complican la sencillez, que muestran con sinceridad las cartas que tienen y que la hace reir sin necesidad de sentir.
“La oscuridad es la ausencia de luz….El frío es la ausencia de calor…Grandes conversaciones que suelen acaban con un contador desigual, pero igualadas en carcajadas”.

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