martes, 18 de octubre de 2011

Silencios administrados.


Su inocencia se había desquebrajado, convirtiendo aquellas férreas convicciones en pequeños pedacitos irreconciliables que ya no casaban unos con otros. La tristeza no era algo que puediese formar parte de lo que ella era, al menos no en la actualidad y desde hace ya tiempo. Pero si es cierto que en ocasiones, buscaba entre sus neurones pequeños resquicios de lo que ella fue. Dejaba que estas le mostraran aquella personalidad que ya no era la que se ponía cada mañana antes de salir de casa, aquella que se caracterizaba por ser la versión en negativo de la que le acompañó las décadas anteriores. Seguía conversando consigo misma mientras se evadía de las palabras ajenas. Filtraba cada información que la llegaba riéndose sin disimular de las palabras que ella catalogaba como “no verdaderas”.
Las locuras sanas continuaban ocurriendo siendo atraídas por su campo de actuación, sin que ella buscara vivirlas. Se veía en lugares y situaciones nuevas, cosas de esas que ella tachó en el pasado con una mirada de reprobación. Su bipolaridad continuaba paso a paso sorprendiéndola a medida que su auto descripción era cada vez más borrosa pero más divertida. Nunca debió decir jamás, pues todos los jamases se han convertido en realidades efectivas. Pero su sonrisa acompañaba a cada respiración acompañada o sóla.
Administraba sus propios silencios sin que nadie tuviera ni voz ni voto en ellos. Dentro de esas cosas que ella no “solía” hacer, se encontraba con marcadores desiguales que le habían proporcionado más de una carcajada. Las siete de la mañana era una buena hora para volver a casa, aunque la mujer de rojo llevara ya en la suya cinco horas.
La especialidad de la casa era un guiso de locuras y espontaneidad que hacía que los días supieran de un modo especial.

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