Hacía ya más de una mes que conoció a aquel compañero de
juego. Un compañero que no se imaginó volver a ver, ni tan siquiera supuso
volver a escuchar su curiosa risa. Simplemente compartieron un cruce de
palabras en el que se entendieron correctamente, sin mayores complicaciones.
Nada del otro mundo. Tan solo le regaló una noche curiosa junto a otros
compañeros de juego. Una noche eterna que le regaló una sonrisa porque finalizó
como mejor podía, con una llamada de su mejor amiga charlando sobre aquella
noche mientras esta se preparaba para ir al trabajo y ella cogía el autobús de
vuelta a casa.
Pero la vida retuerce cada sensación, y nos depara lo que a
ella le viene en gana de forma egoísta. Por lo visto, cual niña caprichosa, la
vida había decidido que esa persona permaneciera en su vida, convirtiéndola en
un amigo más que apreciado por ella. Un amigo con el que compartía todos los
movimientos de pieza que ella realizaba día tras día en aquel juego loco sin
reglas. Un amigo que había conseguido dar otro sentido a una simple llamada
telefónica, y todo sin que hubiera ningún sentimiento, ninguna profundidad que
no fuera la de amistad y cariño.
Son estos los regalos de una vida, que ponen color a un
lienzo en blanco. Muchas cosas que contar y un par de oídos dispuestos siempre
a reir y aconsejar en compañía.
Esos son los grandes regalos de la vida, sister... más incluso que cuando hay sentimientos de por medio...
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