Se estaba complicando por decisión propia. Ella, que huía de
todo lo que la implicara pensar más de dos minutos seguidos, de todo lo que
podía perturbar su congelación. Había pasado un tiempo en el que los retrocesos
a lugar seguro eran más que frecuentes, no daba vueltas a nada y en cuanto
intuía que eso podía ocurrir se desvanecía del plano antes de que este le
engullera. Continuaba siendo lo que era, caracterizándose por la ausencia de
sentimientos que alimentaba su felicidad a diario. Pero volvía a recibir una
pequeña dosis de ese elixir que para ella era venenoso, de aquel perfume que a
todos gustaba y a ella le hacía temblar.
La ilusión que ella se permitía no era la que estaba
observando. Pequeños rayos cálidos que a cualquier otro le harían permanecer
impasible y tranquilo, pero que ella le hacía cerrar los ojos y pensar en cómo evitarlos.
Ella prefería la claridad de lo práctico. El saber desde el
minuto uno de la partida que esta sería grabada en vídeo pero sin posteriores
visualizaciones. No le gustaban las sorpresas cuando se convertían en vicios
contaminados. Que sencillo era controlarlo todo, hasta el día en que algo se
desmarca de los esquemas que había creado con papel y lápiz y que en su día le
habían supuesto más de un desvelo.
No la gustaba esa sensación de “libre albedrío”, pues este
ya no formaba parte de su vida desde hace demasiado. Sabía el funcionamiento de
su alrededor, sabía cómo pensaba su cerebro… Pero de pronto algo hizo que sus
neuronas dejaran de estar en forma, ya no estaban tan rectas como debieran… Y
eso no la gustaba ni un poco.
Miró el plano y vió que había dos caminos. Uno complicado y
otro sencillo. El problema es que el complicado le hacía estar tranquila y el
sencillo le complicaba estarlo. Bipolaridad que por segunda vez desde que
comenzó a poner cruces le revolvía su existencia plenamente relajada.
El complicado siempre es más atractivo.
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