Es curioso como la vida gira nuestro norte de la noche a la
mañana. Podemos dejar una felicidad adquirida y supuestamente asegurada en un
segundo, cambiándola por una tristeza tremendamente fría, o al revés. En un
chasquido quien nos ha completado el corazón, pasa a ser quien lo ha
destrozado, y al revés. La ilusión nace de una milésima de segundo, sin
planificar, sin esperarla…creyendo que esa sensación ya nunca más volverá a
vivirse en primera persona.
Todos tenemos una mochila cargada de pasado que tendremos
que llevar en nuestra espalda para siempre, sin posibilidad de desprendernos de
ella porque,entre otras cosas, forma parte de lo que fuimos, de los que somos,y
de lo que seremos. A pesar de esa realidad indiscutible, hay algo que si está
en nuestras manos… Saber llevar la mochila sin que el peso nos hiera por el
camino. Sabiendo que existe, que nos acompaña, pero entendiendo que esta no puede
condicionar nuestro presente. Aprendiendo de las lagrimas que en un calendario
obsoleto se derramaron. Sin dejar que esas gotas saladas no hayan valido para
nada.
Ella se sorprendía de que, a pesar de la bipolaridad que la
solía acompañar y que derivaba de esa mochila, del puñado de miedos que no la
dejaban normalizarse, estaba arriesgando, su madurez había llegado, le había atropellado
sin un solo rasguño.
Abría la cremallera de aquel trozo de tela que portaba y
observaba todo lo que ella albergaba sin esbozar una sonrisa en negativo. Lo
pasado en muchas ocasiones sirve para darnos cuenta de lo que no queremos en
nuestro futuro y eso es bueno, a pesar de haber necesitado poner el corazón en
off para darnos cuenta.
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