martes, 15 de noviembre de 2011

Un pasado aleccionador.


Es curioso como la vida gira nuestro norte de la noche a la mañana. Podemos dejar una felicidad adquirida y supuestamente asegurada en un segundo, cambiándola por una tristeza tremendamente fría, o al revés. En un chasquido quien nos ha completado el corazón, pasa a ser quien lo ha destrozado, y al revés. La ilusión nace de una milésima de segundo, sin planificar, sin esperarla…creyendo que esa sensación ya nunca más volverá a vivirse en primera persona.
Todos tenemos una mochila cargada de pasado que tendremos que llevar en nuestra espalda para siempre, sin posibilidad de desprendernos de ella porque,entre otras cosas, forma parte de lo que fuimos, de los que somos,y de lo que seremos. A pesar de esa realidad indiscutible, hay algo que si está en nuestras manos… Saber llevar la mochila sin que el peso nos hiera por el camino. Sabiendo que existe, que nos acompaña, pero entendiendo que esta no puede condicionar nuestro presente. Aprendiendo de las lagrimas que en un calendario obsoleto se derramaron. Sin dejar que esas gotas saladas no hayan valido para nada.
Ella se sorprendía de que, a pesar de la bipolaridad que la solía acompañar y que derivaba de esa mochila, del puñado de miedos que no la dejaban normalizarse, estaba arriesgando, su madurez había llegado, le había atropellado sin un solo rasguño.
Abría la cremallera de aquel trozo de tela que portaba y observaba todo lo que ella albergaba sin esbozar una sonrisa en negativo. Lo pasado en muchas ocasiones sirve para darnos cuenta de lo que no queremos en nuestro futuro y eso es bueno, a pesar de haber necesitado poner el corazón en off para darnos cuenta.

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