Veía cómo la persona que tenía delante no podía levantar sus
pies del suelo, cómo desplazarse le implicaba reptar, arrastrar su cuerpo sin
poder ponerle remedio. Después de un tiempo, pudo comenzar a caminar normal,
mientras ella seguía observando cómo lo hacía. A pesar de que ya no se
arrastraba, su debilidad era más que obvia, persistía a modo de recordatorio de
lo que le sucedió cuando ella no podía mirar. Perdió el mundo de vista por un
momento, tardó en encontrarlo de nuevo un tiempo que le pareció una eternidad,
y para aquella persona ya no era lo mismo, estaría marcada por aquello que le
sucedió, por aquello que le hizo desvelarse y sentir cómo se rompía por dentro
día tras día.
Dio mil abrazos desde su debilidad. Necesitaba sentir
protección, pero cuando la notaba durante tres segundos seguidos los fantasmas
rondaban su cuerpo, haciendo que respirar implicara un gran esfuerzo.
Los barrotes de esa cárcel, en la que le encerraron y que
ahora mantenía en pie, separaban con gran solidez lo que no sabía delimitar de “motu
proprio”.
La arena de aquel reloj continuaba cayendo, acercándose el
momento en el que habría que darse cuenta de que su tiempo había acabado.
Ella continuaba observando esta historia que no era suya,
participando como espectadora…espectadora a la que le encantaría regalarle un
salvavidas y hacer que se arriesgara a sentir, para bien o para mal.
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