sábado, 21 de enero de 2012

Diario de una tumba.


Sus ojos cerraron normalmente, como hacía cada noche para seguir respirando sin tener que pensar en hacerlo. Cuando se dio cuenta su cama no estaba, el calor de aquellas mantas había desaparecido… Ya sólo sentía la fría madera rozando su piel. A pesar de ir en contra de todo pronóstico, su respiración no se aceleró ante dicha situación. Comenzó a pensar y a investigar aquella caja angosta en la que se encontraba metida. Sus paredes eran rugosas, no estaban pulidas, incluso le sorprendió clavarse una astilla mientras tocaba aquella superficie en busca de algo más que la hiciera entender. Tras unos minutos, sintió el tacto de “algo” junto a ella, dónde tenía las manos al principio, era una linterna… Consiguió encenderla, no sin esmerarse mucho para conseguirlo. Alumbró sus pensamientos, vio lo que sus sentidos le habían mostrado en la oscuridad, a excepción de algo que si era nuevo, había una cuerda que traspasaba la caja del exterior al interior. Su cabeza dedujo que se encontraba en otra época. Su parte supuestamente racional, fue la encargada de entender que irracionalmente se había trasladado en el tiempo, para ir a esos años en el que las tumbas eran unos simples tablones con los clavos justos para aguantar su forma. Ese tiempo en el que se dejaba en las tumbas una cuerda que, en el exterior, acababa en una campana, por si alguien era enterrado erróneamente con vida.
Continuó respirando con normalidad y decidió utilizar aquella línea de vida más tarde, cuando hubiera pensado en sus cosas lo suficiente. Le corría por las venas una absurda indiferencia que le hacía afrontar aquello con tranquilidad. Llamativo teniendo en cuenta que ella solía adelantarse a las situaciones, se asfixiaba con facilidad…Y no olvidemos que se encontraba en una situación en la que cualquiera hubiera tirado de la cuerda al segundo de entender para qué era.
Pensó todo lo que tenía que pensar y tiró de ella. De pronto volvió a sentir el calor de las mantas, la comodidad de su colchón… Se despertó donde siempre lo hacía, pero de un modo distinto. Aquella caja llena de tranquilidad inapropiada le había enseñado todo lo que necesitaba aprender.
“Vivimos una vez, pero morimos las suficientes como para valorar cada suspiro”.

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