Sus ojos cerraron normalmente, como hacía cada noche para
seguir respirando sin tener que pensar en hacerlo. Cuando se dio cuenta su cama
no estaba, el calor de aquellas mantas había desaparecido… Ya sólo sentía la
fría madera rozando su piel. A pesar de ir en contra de todo pronóstico, su
respiración no se aceleró ante dicha situación. Comenzó a pensar y a investigar
aquella caja angosta en la que se encontraba metida. Sus paredes eran rugosas,
no estaban pulidas, incluso le sorprendió clavarse una astilla mientras tocaba
aquella superficie en busca de algo más que la hiciera entender. Tras unos
minutos, sintió el tacto de “algo” junto a ella, dónde tenía las manos al
principio, era una linterna… Consiguió encenderla, no sin esmerarse mucho para
conseguirlo. Alumbró sus pensamientos, vio lo que sus sentidos le habían
mostrado en la oscuridad, a excepción de algo que si era nuevo, había una
cuerda que traspasaba la caja del exterior al interior. Su cabeza dedujo que se
encontraba en otra época. Su parte supuestamente racional, fue la encargada de
entender que irracionalmente se había trasladado en el tiempo, para ir a esos
años en el que las tumbas eran unos simples tablones con los clavos justos para
aguantar su forma. Ese tiempo en el que se dejaba en las tumbas una cuerda que,
en el exterior, acababa en una campana, por si alguien era enterrado erróneamente
con vida.
Continuó respirando con normalidad y decidió utilizar
aquella línea de vida más tarde, cuando hubiera pensado en sus cosas lo
suficiente. Le corría por las venas una absurda indiferencia que le hacía
afrontar aquello con tranquilidad. Llamativo teniendo en cuenta que ella solía
adelantarse a las situaciones, se asfixiaba con facilidad…Y no olvidemos que se
encontraba en una situación en la que cualquiera hubiera tirado de la cuerda al
segundo de entender para qué era.
Pensó todo lo que tenía que pensar y tiró de ella. De pronto
volvió a sentir el calor de las mantas, la comodidad de su colchón… Se despertó
donde siempre lo hacía, pero de un modo distinto. Aquella caja llena de
tranquilidad inapropiada le había enseñado todo lo que necesitaba aprender.
“Vivimos una vez, pero morimos las suficientes como para valorar cada
suspiro”.
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