Miro a quien me acompaña, a esa familia elegida que tantas
cosas me aporta. Escucho sus palabras, observo sus miradas, comparto sus vidas.
Y cada día me siento más orgullosa de ellos, de cómo son, de cómo viven, de lo
especiales que son. Hace unos días nos reunimos unas cuantas y hablamos como
siempre, sin necesidad de pensar. A medida que iban pasando las horas me alucinó
darme cuenta de lo únicas que son, de todo lo que han conseguido, de cómo el
tiempo les ha cambiado sin que pierdan su esencia. Como siempre, mientras las
situaciones pasan, yo me marcho durante unos segundos de la conversación para
pensar en esto o aquello, nunca fui una persona que dejara que la vida pasara
sin reflexionar. El orgullo se desborda por mis poros cuando veo que son
personas luchadoras, que nunca se han escondido por miedo, que lo que tienen ha
sido porque nunca huyeron de las complicaciones. La palabra “imposible” siempre
la han transformado en un “quizás”, y con tiempo en un hecho más real que la
vida misma.
Yo soy la que siempre luchó, la que siempre las animó a
embarrarse en la búsqueda de una sonrisa, la más positiva quizá, la más lanzada
posiblemente… Pero yo que si he perdido parte de mi esencia, seguramente porque me he cansado de endulzar ilusiones para que me las arrebaten sin más. Ahora soy yo la
que necesita que le alimenten a golpe de maquillaje de situaciones ante el
realismo más crudo que surge de mis neuronas. Con una diferencia, soy más
cabezona.
Ya no me gustan los retos como antes, ya no tengo las mismas
ganas de involucrarme en cada guiño, ya no soy la que persigue lo que quiere sino la que huye
de lo que le apetece si no se lo ponen en bandeja.
Todo lo que critiqué en un pasado imperfecto, es lo que soy
ahora mismo. Cambio de perspectiva que no me perturba pero que de vez en cuando
pasa por mi mente, intentando ser consciente de lo que soy, de lo que he
decidido ser.
Siempre hay que ser responsable de lo que decidimos, de en
lo que nosotros mismos nos hemos convertido, y por ello yo me responsabilizo de
cada fría pauta que mi cerebro me ofrece y que yo tomo como norma impuesta.
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