Como ya he dicho en historias anteriores, ella no creía en
aquello de que la gente podía cambiar de la noche al día…La vida que es sabia,
y pícara, decidió enseñarle varias lecciones de golpe, entre ellas que eso era
mentira. Lo vivido nos va moldeando, en ocasiones puliendo nuestra silueta
perfeccionando nuestras formas, en otras marcando sobre nuestra piel surcos que
a modo de imperfecciones nos marcan el pasado para que nunca nos olvidemos de
lo que fuimos, de lo que vivimos, de lo que nos ha llevado a ser lo que ahora
somos.
Había tenido otra de esas situaciones en las que sus
palabras brotaban a modo de consejos, y en la que su interlocutor la miraba
asombrado y acababa diciéndole todo lo que había cambiado. No podía evitarlo,
recibir esas palabras la satisfacía en exceso. Ella se daba cuenta de que no
tenía nada que ver con su “yo” de antes, pero aún así muchas veces necesitaba
escucharlo para recordarlo y sentirse orgullosa de lo que era en un presente
imperfecto pero feliz.
Y una conversación más en ese contador de millones, le hizo
ver que esas “taras” que ella decía orgullosa que existían pero no afectaban a
nadie, si afectaban, al menos una se había escapado de su cajita hermética que
protegía a su alrededor de sus “erratas adquiridas”.
Era una tara curiosa…Cuanto mejor salían las cosas,más
fuerza tenía la idea de que algo tenía que cambiar, que algo saldría mal
pronto.A pesar de lo que puede parecer dicho así, ella no era negativa,
simplemente su realismo se había recrudecido, sumándose a que hacía ya un
tiempo decidió dejar de interpretar actuaciones ajenas.
Supongo que en el fondo creía que todos hacíamos daño a
quienes teníamos alrededor, fuera aposta o sin querer, y como llevaba un tiempo
sin recibir esa parte negativa, permanecía expectante su llegada.
A pesar de ello, ella seguía disfrutando ese presente que le
estaban regalando y por el momento le hacía sonreir. Llevaba un tiempo
disfrutando de una felicidad que (y esto le encantaba tenerlo presente) no
dependía de nada ni de nadie, solo de ella misma.
Recuerda otra frase que le dijo a aquel amigo ese día de
invierno, sentados en un banco de una gran avenida café en mano… “Por desgracia en esta vida nadie es
imprescindible”.
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