Sonó el teléfono. Ella no conocía aquel número. Descolgó el
teléfono y al otro lado le esperaba una voz conocida, una voz que en un pasado
no muy lejano le encantaba escuchar. Hacía mucho que no hablaba con él. No pudo
evitar preguntarle, cómo es que la llamaba… Él lanzó una carcajada al aire y
escupió una frase que a ella le sorprendió: “llevo mucho queriéndolo hacer”. A
pesar de que para ella esa no era la reacción predecible, la hizo ilusión que
le dijera aquello. Comenzaron a contarse todo lo que había pasado en sus vidas
desde aquel agosto imperfecto en el que se conocieron. Una vez habían
finalizado de narrar esas historias que el otro escuchaba con atención, él le
hizo la pregunta que todos le hacían desde hacía ya tiempo. Quería saber hasta
cuando estaría en aquel lugar lejano de su hogar. Ella le dio una contestación cero
elaborada, una que no había salido de su boca hasta el momento. Y él le volvió
a regalar una frase de las que se merecen un lazo: “esta semana tengo que ir un
día, prepárate para recibir una llamada
diciéndote que te estoy esperando en tu portal”. Ella no pudo evitar soltar una
carcajada.
Al colgar su cerebro le llevó a aquel agosto.
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