martes, 13 de diciembre de 2011

Dicen las malas lenguas que ...


no hay sensación más plena, que más nos llene, que el sentirnos queridos tanto por parte de quien quiere como de quien ama. Ella había probado a lo largo de su vida pedacitos imperfectos de esa sensación, y tenía que reconocer que era una buena terapia de vida. Pero sabía que la felicidad tiene que empezar y acabar en uno mismo, a pesar de usar complementos como ese. Tuvo que aconsejar a quien quería huir de las complicaciones, a pesar de que ella era la menos indicada para hacerlo pues había estando huyendo durante muchas vidas. Le miró a los ojos y le preguntó que sentía al mirar a quien le estaba complicando. Él respiró profundo y sonrió. Ella no le dejó contestar, le cortó y le dijo: “si esa complicación te hace sonreir, deja que lo haga…No es fácil huir de la felicidad sin que el día de mañana se te vuelva en tu contra”.
Predicaba con el ejemplo de forma genérica, si alguien le hacía sonreir se agarraba a esa persona, si una situación le hacía sonreir la provocaba.
Nadie puede saber qué pasará mañana. Pero está claro que ella quería transmitirle a su compañero de mesa que mejor arrepentirse de lo hecho que de lo que jamás tuvimos el valor de hacer.
Caminaron hasta una boca de metro, cada uno se marchó para coger la misma línea aunque en direcciones contrarias. Se veían de un andén a otro. Antes de que llegaran sus “coches” él le dijo desde el otro lado: “voy a complicarme” mientras su sonrisa no podía huir de sus palabras.
Ella volvió a casa satisfecha de que su amigo fuera a agarrarse a la felicidad. Cómo le gustaba compartir sonrisas de ese modo.



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