no hay sensación más plena, que
más nos llene, que el sentirnos queridos tanto por parte de quien quiere como
de quien ama. Ella había probado a lo largo de su vida pedacitos imperfectos de
esa sensación, y tenía que reconocer que era una buena terapia de vida. Pero
sabía que la felicidad tiene que empezar y acabar en uno mismo, a pesar de usar
complementos como ese. Tuvo que aconsejar a quien quería huir de las
complicaciones, a pesar de que ella era la menos indicada para hacerlo pues
había estando huyendo durante muchas vidas. Le miró a los ojos y le preguntó
que sentía al mirar a quien le estaba complicando. Él respiró profundo y
sonrió. Ella no le dejó contestar, le cortó y le dijo: “si esa complicación te
hace sonreir, deja que lo haga…No es fácil huir de la felicidad sin que el día
de mañana se te vuelva en tu contra”.
Predicaba con el ejemplo de forma genérica, si alguien le
hacía sonreir se agarraba a esa persona, si una situación le hacía sonreir la
provocaba.
Nadie puede saber qué pasará mañana. Pero está claro que
ella quería transmitirle a su compañero de mesa que mejor arrepentirse de lo
hecho que de lo que jamás tuvimos el valor de hacer.
Caminaron hasta una boca de metro, cada uno se marchó para
coger la misma línea aunque en direcciones contrarias. Se veían de un andén a
otro. Antes de que llegaran sus “coches” él le dijo desde el otro lado: “voy a
complicarme” mientras su sonrisa no podía huir de sus palabras.
Ella volvió a casa satisfecha de que su amigo fuera a
agarrarse a la felicidad. Cómo le gustaba compartir sonrisas de ese modo.
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